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La sociedad civil aún se encuentra en gran desventaja sobre el aparato gubernamental, sin haber logrado su potencial como actores de participación efectiva. En la actualidad los ciudadanos pudieran tener mayor influencia sobre la gestión pública, pues tienen acceso a redes sociales que les ofrece formas alternativas de vinculación y asociación de personas y grupos, indistintamente del lugar donde se encuentren, y además tienen acceso a gran cantidad de información en tiempo real.  Sin embargo, su papel, en la mayoría de los casos, termina siendo el de receptores de información propagandística y/o de decisiones ya tomadas.

La realidad descrita ocurre incluso en situaciones en las que existe una fuerte controversia entre el gobierno y la sociedad civil. En estos casos, grupos organizados de lo que algunos llaman “resistencia”, con una alta motivación para asociarse y para expresar sus posiciones, ven que pese a que sus posiciones  son compartidas por un sector amplio de la sociedad, tienen poca respuesta del sector que aparentemente representan. Por ejemplo, cuando convocan a realizar acciones y generar materiales para difundir sus propósitos, y así motivar a la ciudadanía a unirse en esos procesos de demanda, reclamo o petición de cambio, se evidencia una debilidad en la respuesta o en los resultados finales, con lo cual  no pueden generar reales cambios en el rumbo gubernamental que pretendieron influir.
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Clemencia Vela
Evaluadora profesional, Coordinadora de la Red de Evaluadores del Ecuador. Propugna el desarrollo de metodología para evaluar las políticas públicas y la legislación como mecanismo de mejoramiento continuo de las políticas de desarrollo sostenible en el Ecuador. Es miembro del directorio del International Organization for Cooperation in Evaluation, IOCE; y de EvalPartners, organismos internacionales para promover la práctica de la evaluación.
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¿Qué necesita la Sociedad Civil para ser más efectiva?

La respuesta tiene varias aristas, sin embargo, una debilidad medular de la Sociedad Civil es el desconocimiento de  herramientas de planificación y evaluación. De una manera general, la planificación es concebida como una metodología para la identificación de objetivos a lograr en un entorno determinado, y de las acciones y productos necesarios para lograrlos de manera exitosa; y, la evaluación es un mecanismo para verificar que el objetivo final trazado (impacto) es el correcto, que las acciones realizadas realmente apuntan a la consecución de este objetivo y que los resultados  materiales y sociales parciales previstos en la planificación, han sido alcanzados.

Las herramientas de planificación y monitoreo, son altamente conocidas y manejadas por las instancias gubernamentales, tanto por acción directa como por las inversiones y el tremendo esfuerzo realizado por la cooperación internacional para promover su uso en la gestión pública.  Este esfuerzo se plasma en asesorías, en la obligatoriedad de utilizar estas herramientas en todos los proyectos de la cooperación internacional, así como en la promoción de sistemas de seguimiento y evaluación nacionales. 

Por el contrario, la ciudadanía, no solo que desconoce esas herramientas sino que las desvaloriza por considerarlas, complejas, tediosas o, peor aún, creer que encargarse de ellas es un tiempo perdido. Si a eso se suma la débil estructura organizacional y disciplina de grupos sociales, muchas acciones de la sociedad terminan en intentos heroicos pero aislados que en conjunto generan un bajo impacto y por ende inducen a la frustración.

Las herramientas de evaluación; sin embargo, ofrecen la posibilidad de empoderar a la ciudadanía en distintas formas: le permite convertirse en demandantes educados capaces de exigir resultados en lugar de simplemente “demandar servicios”. Le permitiría identificar y enfocar sus esfuerzos a aspectos clave o prioritarios, trabajar con metas claras o hitos parciales y, dependiendo del  alcance de sus posibilidades. Todo esto le permitiría observar avances concretos hacia el fin buscado (un desarrollo sostenible y equitativo)  y evitaría el desasosiego de la  frustración. 

A pesar de sentir los efectos positivos o negativos de decisiones gubernamentales, y de contar  con una avalancha de información, mucha de ella delicada que incita la acción ciudadana, gran parte de la ciudadanía se encuentra paralizada o desorientada.  Al contrario, si los ciudadanos manejaran adecuadamente herramientas de planificación y evaluación, y, más aún, evaluación de tendencias trazadas por los gobiernos, podrían comprender con mayor claridad a donde se dirigen la corrientes que los arrastra y podrían convertirse en participantes activos de su destino y del pais.
Evaluación y monitoreo: herramientas imprescindibles en la sociedad contemporánea.

La situación narrada plantea una interrogante: ¿pueden las sociedades contemporáneas seguir siendo receptores pasivos de la acción gubernamental? La respuesta es obvia: es impensable que una sociedad compleja como la del siglo XXI no influya  vía retroalimentación, en las acciones de los gobiernos. Cada vez es notorio que las sociedades en todo el mundo demandan de los gobiernos que haya una mejor administración de justicia, que se luche contra la corrupción, que se mejore la obra pública y que esta sea reportada en términos de “resultados” en lugar de “simples listados de acciones, obras o número de servicios” que además, en ocasiones atiende solo a  las minorías.  Sin embargo, la realidad es que esas demandas no significan nada si la misma sociedad que las plantea no tiene la capacidad de demandar “resultados” en lugar de “productos” y no conoce herramientas que le permitan conocer  si luego de efectuar sus demandas, ha habido o no una mejora real en el ámbito que les preocupa.

Por la razón anotada, es imperioso que las herramientas de planificación, monitoreo y evaluación se constituyan en elementos de uso común y corriente para la sociedad civil en todas sus formas organizativas. Para esto se necesita que los ciudadanos aprendan y usen estas herramientas de una manera constante.  No hacerlo significará que los estallidos de ira, protesta e incluso de fanatismo se multipliquen al no poder las sociedades conceptualizar demandas viables, equitativas y basadas en resultados, canalizar adecuadamente estas demandas, y, más que todo, no poder medir si ellas han sido o no satisfechas mediante procesos de evaluación y monitoreo.